El Gramófono

Hacia 1902, cuando las noticias llegaban a un números reducido de ciudadanos, sólo quienes tenían acceso al diario “La Nación”, la revista “Caras y Caretas” y “El Entre Ríos” solían enterarse de las novedades nacionales.  

Un día trajeron un gramófono a la estancia de don Héctor, aparato hoy relegado al olvido ante el progreso de la radio, pero que en su hora de reinado fue considerado como una de las creaciones más felices del genio inventor del hombre. La noticia causó revuelo por todo el pueblo, tanto que Don Héctor de Elía, envío invitaciones especiales a algunos colonos para que se acerquen hasta la estancia, con el objeto de ver y oír el aparato del cual se contaban tantas cosas raras.

«Con la ansiedad en el pecho y el paso rápido, una noche oscura, como a las veinte, atravesamos el potrero que linda con el pueblo y con la calle General Mitre. Formábamos un grupo de treinta personas, entre hijos, sirvientas, peones y agregados de esos que nunca pierden la bolada de entreverarse en el montón». (El Faro de la Cuchilla – Francisco Horacio Francou)

Algunos fueron invitados a pasar al comedor, otros debieron quedar afuera desde donde observaban atentos y entre charlas y carcajadas festejaban la asombrosa maravilla presente.  

Empezó a girar el disco y “ahí no más” se oyeron unas palabras, mientras los mirones estiraban el cuello, a lo ñandú, para no perder nada de la conversación… Gozando don Héctor de la alegría de los demás, pasó varios discos, llegando la medianoche comenzaron a desandar camino, y sin salir del asombro por esa «rareza» la charla giraba en torno al gran invento.

Expresiones citadas textuales por Francisco Horacio Francou en El Faro de la Cuchilla): 

– “Pero si el cajón había sido como el de un molinillo ‘e café” – decía uno medio asombrado todavía.

– “¿Y dónde estarán metidos los hombres, si es tan chiquito?” – preguntaba otro, que no atinaba a explicarse.

– Pero si los hombres no están adentro, pedazo ‘e bárbaro” – aclaraba uno más inteligente.

– “No, y ¿dónde querés que estén pedazo ‘e burro?” “¿abajo ‘e la mesa?”, “tallaba” otro, “metiendo su sancocho en la penca” y más desconfiado que caballo tuerto, agregando: “es claro que están adentro ‘el cajón. ¿No es cierto, doña María?”

– “Cómo serás de bagual, no darte cuenta” – replicaba otro del grupo.

– Cómo se raiban por adentro ‘el caño” – dijo alguno perdido en lo oscuro, contestando alguien: “lindo caño pa bonete, en carnaval”.

– “Pa mi, que don Héctor lo tenía escondido abajo ‘e la mesa al negro Machado y era éste el que se ráia” – irrumpió el “rengo Lombardo”, provocando con su graciosa salida, que mató el punto a todas las oídas aquella noche inolvidable, una carcajada general.

Así, entre bromas y risas, llegamos a las casas.

Varios días duró el comentario de esa excursión nocturna, en que la voz del progreso en uno de sus inventos más extraordinarios, hizo la delicia de aquellos seres apartados de las comodidades y de la ciencia que tienen las ciudades.

A la distancia de los hechos, pienso que Sarmiento no mentía, cuando cuenta que los paisanos, al ver el tren, decían desconfiando: “A mí no me embroman, los caballos van adentro”.

*En el libro mencionado se habla de Fonógrafo nombrado a éste aparato de audio, pero dadas sus características se trataba en realidad de un Gramófono.